“Puentes inconexos”, del costarricense Alexander Anchía. Ensayo de Luis Frayle Delgado

Artículo publicado por: Crear en Salamanca

(Mundi Book, Madrid, 2013))

              El reconocido humanista salmantino Luis Frayle Delgado, catedrático de Latín, filósofo, poeta, narrador y traductor, además de director de la revista “Los papeles del martes”, ha sido el encargado de presentar –en la Universidad de Salamanca- el libro de relatos del escritor Alexander Anchía Vindas, quien en Salamanca está culminando una Maestría ofrecida por la Universidad Pontificia.

 

 Acto de presentación del libro del libro del escritor Alexander Anchía Vindas

con Luis Frayle, autor del ensayo

Relatos en busca de la identidad

(Pensamiento identitario)

             En un mundo en que sólo importa la supervivencia (son palabras de Apostar disfraces, uno de los relatos de Alexander Anchía) nos hemos olvidado del sentido del “ser”. Todavía el existencialismo del siglo pasado, de Martin Heidegger, Sastre, Marcel o Jaspers, puso al ser en el centro de la búsqueda filosófica, enfrentándose a la metafísica tradicional. Los existencialistas lo pusieron en el centro del pensar lo hicieron clave de la existencia al hombre. Aunque Sastre, por ejemplo, lo aniquilara: lo reduce a “un ser para la muerte” o “un ser para la nada”. Al menos incluso se puede plantear, como se planteó en su momento, si el existencialismo es un “humanismo”, aunque el hombre para estas ideologías -para Sastre en concreto, que se erigió en sumo sacerdote-, sea un ser acorralado, sin salida; la vida del hombre es “a puerta cerrada”, según una de sus obras.

             Desde ahí, y después de una crítica “destructiva”, surge un nuevo proyecto. La crítica destructiva a la filosofía, y sobre todo a la metafísica anterior, no significa el olvido, sino que intenta una reconstrucción sobre los escombros. Desde entonces van surgiendo nuevas orientaciones del pensamiento sin que todavía haya un camino definitorio, y menos definitivo, como seguramente no lo habrá nunca. Pero al menos hay una búsqueda.

             Creo que la principal orientación de este pensamiento actual es hacia la identidad. Emmanuel Levinas en Otro modo de ser o más allá de la esencia, va a los fundamentos, valga la redundancia, para  fundar el “ser”, que sería un sujeto, “lo que está debajo”, (eso significa subjectum), de las determinaciones mundanas, del fenómeno, que es lo que aparece, lo que vemos, según la fenomenología de Edmund Hursel, que tomaron como base los investigadores del “ser”, y va más allá del “ente” de la filosofía tradicional.

             La búsqueda filosófica actual camina en esa dirección digamos identitaria. La causa próxima de esta orientación del pensamiento moderno es que el hombre ha perdido su identidad. Consecuentemente las corrientes de pensamiento se han lanzado al descubrimiento, o redescubrimiento de esa identidad. La humanidad real ha perdido su identidad, a lo que han contribuido innumerables causas. Desde el punto de vista del hecho social en que se constituye es un ser totalmente desdibujado, confuso, ininteligible. Ya no sabemos si somos un país, una nación, una nacionalidad, una comunidad, un estado, una democracia, o una autocracia, o quizá una “aldea global”, en la que nada es igual a lo otro y todo está mezclado y confuso y revuelto, y sometido y nada es lo parece, o aparece. Y en cuanto al sujeto constituyente de esa sociedad y esa humanidad, el hombre individual, ha perdido su individualidad diluida en la masa y absorbida por el poder, por los poderes políticos y demás poderes fácticos. Ya no sabe lo que es o no le importa qué es. Porque le importa sólo el tener y el aparecer, y no lo que está antes, lo que es primigenio, lo que es, el ser, su propio ser.

             Las causas son innumerables, y tiene origen en el mundo externo que se ha llamado modernidad, o postmodernidad, que incluso ya está superada. Creo que entre esas causas hay alguna fundamental, la transformación vertiginosa de la sociedad, que engloba otros muchos factores, como las migraciones y los avances de las tecnologías, sobre todo de la comunicación, y las crisis económico-sociales, por citar algunos. Y puede ser que esas causas no sean más que las consecuencias de la pérdida de la identidad humana, de las sociedades y del mismo ser humano, que ha perdido sus propios fundamentos y flota en el vacío. Ha perdido la transcendencia que le daban los valores que llamábamos del espíritu. Ha perdido el espíritu y se ha quedado a la intemperie.

             Precisamente en los relatos de Alexander Anchía me he encontrado con muchas de las causas que llevan en el fondo el diagnóstico de la misma pérdida de identidad, invitando a aplicar la medicina. Vayamos a los relatos.

            Los relatos

            En Apostar disfraces Anael y Rodaila son dos seres desterrados, como muchos millones que han tenido que abandonar su tierra, su patria y su familia. En la ciudad de llegada no saben quién soy yo, maldito destino, esta ciudad te ha cambiado al grado de no acordarte  quien fuiste antes. dice Anael. Y ella estaba también enferma de soledad, una soledad que se había buscado, y que solo se cura con dólares. Y los dos sometidos al azar, en la ciudad símbolo: Las Vegas. Se dejan llevar, sin voluntad, a  juntar su destino: un destino desconocido. Nada se sabe de ellos, se han quedado sin existencia propia, debido a tanto trafago, en los salones de la ruleta.

             La enmarcada es una chica sin nombre. La rodea un mundo variopinto, desgarrado, derrumbado, que pasa como un fantasma por su lado, un piso cerrado a cal y canto o vislumbra por el recuadro de la ventana: unos tíos, eunucos, tucanes, un elefante, la Babosa Gigante, pegajosa de bestialidad y semen que la somete, la nihiliza, hasta hacerla fea y hacerla creerse fea y contrahecha, o mejor deshecha. Ella nunca pudo quitarse la sensación de ir a la deriva. Sólo puede mirar por la ventana, encuadrada en su marco, y analizar esa sociedad que más que rodearla la asedia, la aplasta, le quita la libertad, la oprime y la ultraja por obra del titiritero, un tío, una bestia, ambulante e imprevisible y quizá su único lazo con la sociedad. Pero todavía, en algún ataque de lucidez a pesar de la oscuridad en que vive, es capaz de reflexionar sobre la sociedad que la tiene secuestrada: los animales son como las sociedades, de pronto el mismo instinto de supervivencia; actúan, se callan o mueren y al final termina siendo un triste recuerdo de los humanos”. Y también sobre sí misma y el estado a que ha sido reducida y encadenada por el único lazo que la une con ella la Babosa: ¿Quién, en realidad soy – se pregunta – para no tener un recuerdo de una familia? Y absolutamente deslumbrada por la ciudad que entreve incluso termina por aceptar la costumbre de amar: aprendí a mar a un tío por decreto quizá por ser el único “familiar” de quien me acuerdo. Sin embargo esta mujer todavía busca su identidad, esperando a Ernesto, aquel amor…juvenil, o a Rodolfito…quizá aquella amistad de la infancia, que nunca tuvo, enmarcada en la ventana , como su dios de papel la estampita enmarcado.

             En La pastora de la nada se ha borrado la línea de separación entre la realidad y la enajenación, inexplicable aun para el psiquiatra. Protagonista y antagonista: un enfermo de sida y una pastora de Belén, cuya visión o ensoñación el enfermo incorpora como parte esencial de su vida enajenada. La enajenación le lleva a no distinguir la vigilia, la vida real, del sueño o la ensoñación. Es un enfermo sin nombre que todavía es capaz de preguntase de qué enfermedad es esclavo. Y a la mujer, que se reproduce en todos los cuadros de los pintores, nunca la vio “más allá de las lágrimas y las sonrisas”, y sin embargo le parece tan real que llega a tener una noche de amor pasión y lujuria desconcertante con ella, un sueño que al despertar le revela la ausencia del ser amado: todo es vana y amarga ilusión. Como consecuencia la duda en que se hunde esta en la descripción perfecta del mundo irreal que no puede vivir un ser real.

             En Hacer caminar para atrás las horas es un monólogo que a veces se convierte en diálogo donde habla la Ananké, que es la necesidad “predicha” o “preestablecida”; o quizá el “fatum”, el destino que puede ser el capricho de Júpiter,  que se refleja en el mismo lenguaje con el cambio de género en el léxico. El filósofo alemán Leibniz distingue tres tipos fundamentales de fatalidad: el musulmán, el estoico y el cristiano. La fatalidad estoica es la preestablecida o predicha, la que más propiamente corresponde a la ananke  griega, hasta el punto de que el hombre no tiene ni siquiera la facultad de opinar: “la facultad de opinar es un gen que en mí no se transmitió”. Porque, sigue diciendo “nosotros” (mezcla o confusión de géneros y números) tenemos una misión ya predestinada, de suerte que ni las pasiones, ni siquiera el amor nos conducen a nada. Sin embargo parece que nos queda el instinto para hacer un análisis “ontológico” (enorme sinsentido) al hacernos creer que si marchamos hacia delante podemos acariciar la inmortalidad, por tanto “recorro (avanzo) y no sé si existo”, porque la historia nos miente y nos tiene a ambos aquí, y mi vocación es perpetrar y punto”. Para corroborar este análisis “metafísico instintivo” recurre a un proverbio chino, que puede coincidir perfectamente con la ataraxia estoica: Si tu problema tiene solución de qué te preocupás y si no tiene solución de qué te preocupás. Porque en absoluto se puede cambiar un ápice de la existencia. Puesto que no hay libre albedrío y sólo se tiene la angustiosa seguridad de la muerte: (existencialismo nihilista). ¿Predestinación en sentido absolutamente luterano? Pero ni siquiera, pienso yo, porque si es cristiana es providencial.Por consiguiente nada podemos hacer para cambiar nada, ni siquiera poner belleza en el mundo: “lo peor que nos puede pasar es querer administrar la belleza, sería un sacrilegio, alguien la coloca ahí y nosotros debemos marchitarla y darle muerte lenta”.

             No obstante el monologante duda si quizá sea espíritu y pueda por eso hacer estas confesiones sinceras; para poco valen y mejor es que te olvides de ellas. Pero al menos puede hacer conjeturas sobre el mal que existe en el mundo, que es necesario. Porque ni Prometeo ni la ciencia te pueden salvar, sigue en monólogo-diálogo. Y si nada tiene sentido ¿para que plantear cuestiones ideológicas? Todo está controlado en “un círculo cerrado”. y el idealismo de los jóvenes es un pasión inútil: todo está determinado en el ADN. Consecuentemente el hombre es un algo solitario: sólo vivo para mí, por qué voy a preocuparme de ti o de que el comercio sea bueno o malo. Ni siquiera sé cómo soy, y por consiguiente dudo de mi existencia, porque no tener forma o belleza significa que no existes, o sólo tengo un vago  concepto de creer que existo. Conclusión: “Soy tu creación”. ¿De quién? Del destino, de la necesidad, de tal manera que nada puede cambiar en el mundo.

             En El familiar hay un “forastero” que intenta sobrevivir en un país y en un ambiente totalmente ajeno a su idiosincrasia. Eso mismo es lo que le aconseja todos aquellos con los que se tropieza. Pues se notaba desde el principio que era extranjero, ¿sabe? Tómelo si quiere como un buen consejo pero si quiere sobrevivir, sólo métase dentro de la fiesta (la fiesta popular del toro o del rodeo) y agárrese duro, no vea, no oiga, no pregunte, solo viva el momento, si no quiere sufrir la misma suerte (que los demás). El mismo título es una falacia. Es un “familiar” sin familia, porque la ha perdido y está él mismo completamente solo y perdido. El forastero tiene nombre pero es muy difícil averiguarlo en el relato, o es inútil ¿para qué? En este relato narrativo con más estilo clásico, a partir de la mitad se mezcla el pensamiento y el análisis sociológico, político y ético, donde el hilo conductor son las migraciones y la consecuente pérdida de identidad. La familia y la sociedad están rotas y los intentos de reconstrucción son inútiles, las piezas del puzle se han perdido o ya no existen. Los apellidos no casan, huyen  por un camino infinito, sin término, que debe terminar en la muerte. Y él mismo, el forastero, cuando intenta regresar a su patria y familia, en Chile, se queda sin rumbo, varado en Costa Rica. En ese país, “la suiza de América”, la democracia, está ya en coma, va a finalizar, o quizá el mundo va a terminar. Todos están esperando el final, porque si pierdes la identidad, pierdes la existencia.

             En La monja de azúcar se percibe claramente la confusión entre una ensoñación y la realidad, una realidad que puede haber sucedido en algún momento. Se imagina una historia desde una persona que existió, una monja, la Madre Cosmética. En el fondo está el vacío del consumismo, que busca los placeres, incluso los “prohibidos” para el mundo de procedencia, y nos aleja de la vida real y nos lleva a la insatisfacción, a una sed infinita de tenerlo todo. La monja “de tanto mirarse en el espejo (narcisismo) allí quedo hecha una estatua de azúcar; era tan linda que hasta la lluvia se ha negado a deshacerla; por tanto ahora la mirás con sus únicos compañeros los colibríes. El hombre se ha construido un  ego ficticio y se da  culto a sí mismo: el símbolo una estatua de azúcar a la intemperie: el hombre moderno.

             Camino de Esquipulas puede tener muy diversas interpretaciones, pues es un relato largo y complejo, sobre hechos reales mitificados. Podemos interpretarlo como un viaje, una romería popular, una peregrinación a un santuario, una procesión religiosa, presidida por la Jerarquía católica, quizá la sociedad en convulsa migración. Y en la narración hay una acerba crítica social a la religión y desde la misma religión a la sociedad. La religión ha perdido su autenticidad, desde la Jerarquía hasta el pueblo, que actúan arrastrados por la tradición y el folklore, sin abordar los problemas reales; especialmente los problemas sociales y políticos. Los poderosos dormitan sobre su poder. Meten la cabeza debajo del ala. Los mismos textos bíblicos citados en relación con la realidad actual vivida dejan al descubierto  la pérdida de identidad cristiana a que ha llegado el país, que puede ser cualquier país. Se trata de una gran metáfora en la que un periodista hace su crónica de sociedad; en ella el protagonista es un cura, de alguna manera la voz crítica de su misma sociedad religiosa, y le canta las cuarenta al obispo, o a los obispos, coreado por toda clase de indeseables, que van apareciendo a lo largo de la larga marcha, en la que no faltan sus revueltas de presidiarios y los muertos de la policía. Y no faltan alusiones a la historia reciente, a monseñor Romero, que encarna lo contrario de la realidad actual: la defensa del pueblo. Pero esta visón de la sociedad se deslocaliaza y toma dimensiones mundiales,  con sus problemas y conflictos internacionales

             En Puentes inconexos los puentes ya no valen para pasar a la otra orilla, han perdido su misma función: se han roto. La crisis, las catástrofes naturales los han derrumbado. Llega el fin del mundo, que podemos ver anunciado constantemente en la televisión mientras vemos morir a los demás y a nosotros mismos, cualquiera de nosotros, que puede sufrir un accidente, y nadie acude a salvarnos. Porque de tanto anunciarse el fin del mundo, se están cumpliendo las profecías. El hilo narrativo es un muchacho que ha sufrido un accidente y la única solución que le queda es ponerse a ver la televisión. Ni los familiares, ni los médicos y enfermeras, acuden en su ayuda. Están muy ocupados en su propia desolación. Es el fin del mundo, al menos de este mundo. ¿Podríamos vislumbran en el relato un nuevo mundo? No lo sé.

                         El Estilo y el lenguaje

            Aunque muchos críticos han distinguido en la obra literaria el fondo y la forma, sin duda lo mejor es no disociarlos, la obra literaria constituye una unidad. Y así a estos relatos sobre una realidad falta de autenticidad, que se debate en sus contradicciones, que se desgarra y se derrumba ante nuestros ojos, tiene que corresponder una escritura, un estilo desmesuradamente roto. Rompimiento de la sintaxis, Se derrumban las frases con su mismo significado. Se cortan, se hacen incorrectas para expresar el sinsentido de la existencia; una sintaxis, sin sujeción a la norma, a la regla: no sintaxis.

            Sus características generales: aquellas que pertenecen a la literatura hispanoamericana, y a lo que suele llamarse nueva narrativa: la incorporación del léxico y la sintaxis propias del habla de los países de ultramar; y en cuanto a la novedad, que ya se está haciendo vieja, la fantasía, o lo que es lo mismo la capacidad de contar fantaseando ¿”nueva narrativa”?, creando nuevos mundo, a veces inverosímiles, sobre la vulgar realidad de la vida.

            En cuanto a la lengua “hispanoamericana”, en conjunto, llama la atención la adopción del habla argentina con la adaptación de sus giros propios, que en la misma escritura parecen escucharse en su armónica entonación propia. Y algunos vocablos que se han conservado en ultramar desde el XVI y se han perdido en España.

             Podríamos señalar como “caracteres singulares”, solo como muestra y sin querer hacer un estudio largo y profundo que daría para muchas páginas, en primer lugar un leguaje y unos giros del habla común  y vulgar para una escritura de pensamiento y crítica social, o filosófico. Léxico nuevo en un lenguaje “descompuesto”: “pudrición”, palabra recogida en el Diccionario de la RAE, pero aquí con el simbolismo de sociedad podrida; confusión pretendida entre sustantivos y adjetivos:”misterio cinismo”, para expresar la confusión entre lo sustantivo y esencial y lo adjetivo o secundario.

                                      Salamanca, 11 de julio de 2013, Sala de Grados

 de la Facultad de Geografía e Historia.

 Universidad de Salamanca.

 

(*) En el acto también intervinieron el escritor Fabianni Belemunski y el artista plástico Bogdan Ater, autor de la ilustración del libro.

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